Mi tierra es áspera y seca, de temperaturas extremas. Soy de montaña, de cumbres altas y ríos pedregosos, de vid, olivo, álamo y frondosos plátanos. Tierra de bodegas y vino. De cuecas, gatos y tonadas. Fuerte contraste con el paisaje húmedo que nos espera.
Recorrer mil kilómetros para llegar a Buenos Aires y cumplir un sueño me llenó de gozo. Un ansiado viaje, postergado varias veces, pudo concretarse reuniéndonos con seres queridos. Tener un primo dueño de un crucero y dispuesto a que realicemos un tour familiar por el Río de la Plata, es algo que no sucede frecuente.
La nave construida totalmente de madera, estaba anclada en Marina del Norte, uno de los tantos clubes náuticos de San Isidro. El exclusivo club marino, la gran cantidad de veleros, barcos y lanchas en sus amarras, me sorprendieron, tal vez por ser un mundo desconocido y un paisaje tan opuesto a mi desierto mendocino.
El Four Winds, un crucero construido en 1981, hacía pocos meses que estaba en poder de mi primo, un hombre de mar que había tenido varias embarcaciones, anteriormente.
Seis a bordo, mi primo Jorge, a partir de ese momento bautizado El Capitán, Flavia, su mujer, Alberto y Purruncha, otros primos afincados en Carhué, al sur de de la Provincia de Buenos Aires, mi hija Alicia y yo. También contamos con la infaltable compañía de Gutiérrez, un perro marinero, experimentado navegante.
Este dudoso ovejero alemán es poseedor de una historia conmovedora. Jorge y Flavia viven en Buenos Aires pero se trasladan frecuentemente al sur, siempre en automóvil, a la localidad de El Calafate, donde poseen emprendimientos que tienen que ver con el turismo y la navegación. En uno de esos viajes, circulando por la RN 40 en la provincia de Río Negro lo encontraron vagando muy maltrecho por un costado de la ruta. La sensibilidad de ambos afloró frente a la situación, tomando en cuenta que el animal, si no lo ayudaban, tendría escasas posibilidades de sobrevivir al margen de una ruta tan transitada. Así que, inmediatamente, lo subieron al vehículo y continuó viaje con ellos. Como no podría ser de otra manera lo terminaron adoptando. A partir de ese momento se convirtió en un miembro más de la familia. El lugar exacto donde lo hallaron fue en las cercanías de la Villa Lago Gutierrez, próximo a San Carlos de Bariloche, por eso su nombre es Gutierrez.
La preparación de la partida no fue sencilla: acomodar los bolsos, poner orden, encender los motores, cargar combustible y también esperar las empanadas que preparaban en la cantina del puerto. Recorrí el buque, cabina, camarotes, baño y cocina. Reparé en cada detalle porque todo llamó mi atención. Traté de incorporar el vocabulario marítimo: timón, proa, popa, babor, estribor, boya, nudo, ancla, eslora, casco y el nombre de instrumentos fundamentales como la radio VHF, sonda, brújula y barómetro. Al fin, todo estuvo dispuesto para la partida el mediodía de aquel 25 de mayo.
Pero… apareció el primer inconveniente. Al tratar de sacar el crucero de la amarra, se detuvo uno de los motores. El Capitán Jorge necesitó de la ayuda del mecánico, que acudió de inmediato para reparar el motor. Mientras tanto el tiempo no era muy halagador, nubes negras viajaban por el cielo inquietando nuestras ganas de navegar.
Sin embargo partimos a la aventura, a pesar de un cielo cada vez más sombrío y un dejo de preocupación entre los pasajeros por el daño -ya solucionado- antes de la partida. Se sucedieron varios inconvenientes menores, pero estábamos todos de buen humor -excepto Alicia- y las risas se contagiaban a medida que avanzaba el viaje… y el cielo se tornaba más negro.
La llave de la garrafa se partió por lo tanto no hubo ninguna bebida caliente. La cerradura de la puerta de la alacena con alimentos, se trabó. Flavia y Purruncha, hermanadas en la tarea, probaron todo, llaves, cuchillo, destornillador y pinza. Llevaban casi una hora de trabajo cuando llegó la ayuda de Alberto, cortaplumas en mano, aunque tarde porque las mujeres ya habían resuelto el problema minutos antes.
Aplauso y admiración a la pareja de habilidosas damas. La preocupación por la comida no nos inquietaba y ¡el plato de Gutiérrez estaba pleno de alimento!
Las aguas del Río de la Plata comenzaron a mostrar su furia con crespadas olas y la serenidad de la jornada se transformó en una inquietante tormenta.
Las sillas comenzaron a bailar, de lado a lado, y todos permanecimos quietos en donde nos sorprendió la tempestad. Los vasos y platos se deslizaban sobre la mesa como en una pista de hielo. El desafío era llegar a ellos antes que tomaran vuelo. Las galletas, los bizcochos y los panes, rodaron por la tabla hasta tocar el piso.
La mesa de la cubierta exterior pretendía entrar a la cabina, felizmente su tamaño no se lo permitió.
Parecíamos estatuas plantadas en posiciones extrañas, resistiendo el embate de las olas que golpeaban al casco del barco.
Flavia, la dueña de casa, quiso llevarle algo de tomar al Capitán, que se hallaba arriba, en el timón superior, pero fracasó exitosamente, mientras Gutiérrez, acomodado al lado de su amo en la zona de mando, a pesar de su experiencia náutica tuvo una desagradable descompostura estomacal.
Se presentaba un paisaje cambiante a nuestros ojos. Por momentos, con el movimiento del barco, veíamos el cielo tenebroso mientras que por las ventanillas se colaba el agua de río entre los burletes, mojando todo a su paso: muebles, colchones, almohadones y alfombra. También los noveles navegantes, aunque en menor medida, fuimos afectados por el aguacero.
Tanto inconveniente no pudo opacar la felicidad de vivir la nueva experiencia. Navegar por el Río de la Plata fue maravilloso como también el reencuentro con mis primos. Alberto y Jorge se turnaban para relatar antiguas historias de la familia. Enterarme de las vidas de mis tíos y abuelos en relatos de escondidas anécdotas me revelaron un sinfín de verdades.
Sólo mi hija Alicia sufrió un importante mareo. Mientras todos disfrutábamos de las peripecias y tanta agitación, ella soportaba la desagradable experiencia de un día para el olvido.
Llegamos anocheciendo al puerto de Colonia en Uruguay, donde disfrutamos de un par de días de descanso maravillados por la belleza de esa ciudad repleta de historia.
El regreso fue apacible, las aguas serenas nos permitió disfrutar del paseo de manera diferente, observar las bellezas del paisaje, y emocionarnos de tanta maravilla. Desde el Río de la Plata, la ciudad de Buenos Aires se presentó majestuosa, un enfoque esplendoroso.
Ya de nuevo en casa, pienso en lo generoso de la naturaleza y agradezco haber podido navegar ese inmenso río, admirar las costas, la gran ciudad pareció un sueño de acuarela recortado entre un cielo intenso y un mar de agua dulce que baña las costas de Buenos Aires.
Es increíble apreciar tanta diferencia que existe entre dos lugares situados en los extremos del ancho país: mi tierra junto a los Andes, desierta, árida, seca, y aquel, tan húmedo, generoso de agua, de verde.
Asombrosa naturaleza que nos regala tanta belleza.
Susana Fasciolo – 2009
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